Tenemos asociado el disfrute del arte a través de exposiciones y galerías, pasa desapercibido que, la calle y nuestro día a día son el mejor museo.
La llegada de la industria a nuestro país y el ascenso de la burguesía hizo que fuese surgiendo un tipo de producción fabril lo que conllevó a la creación de comercios especializados.
En 1877 Logroño contaba, según fuentes, con 368 establecimientos y diez años después había 537, lo cual indica el gran desarrollo comercial de nuestra ciudad. Estaba apoyado en una emergente clase media que empezaba a experimentar el hábito del consumo de la sociedad burguesa. En esta época, después de la calle Mercado (actual Portales), Sagasta fue una de las calles más comerciales de Logroño además de ser un símbolo de crecimiento urbano.
Sedería y Pañería años 20
La villa de Madrid. @Fotografía Archivo de Olegario Gurrea.
La villa de Madrid 2015. @Fotografía Web Arte Urbano de Logroño
La villa de Madrid 2021. @Fotografía Isabel Muñoz
A través de las portadas de estos establecimientos se puede observar la evolución de los diversos movimientos arquitectónicos con los que trabajaban los arquitectos que dieron paso a la imagen que tenemos actualmente de Logroño.
Pongamos que hablo de Madrid, como cantó Sabina; en este caso no hablo de la Capital sino de “la Villa”. Allá donde se cruzan los caminos de la calle Portales y Sagasta, ocupando la planta baja de un edificio de estética tardo neoclásica de 1876 y que fue proyectado por Francisco de Luis y Tomás, se encuentra el emblemático establecimiento de “La Villa de Madrid”, cuyo escaparate es invisible para muchos y ha sido profanado ocasionalmente con cartelería.
En 1909, según la documentación consultada en el Archivo Municipal, el Ayuntamiento autorizó a Valentín Tejada para “Realizar la portada de la calle Mercado 54 y Sagasta 6”.
Fue diseñada por el arquitecto Luis Barrón con un lenguaje modernista y geométrico que articula ambas calles.
Plano de fachada de 1909 de Luis Barrón. Archivo Municipal del Ayuntamiento de Logroño (exp. AML 191/8)
En origen fue conocida como la “Sedería y Pasamanería de la calle Mercado”, fue posteriormente cuando adquirió su denominación actual. Es reflejo de elegancia y de obra de arte total. Nos habla de otros tiempos y de otra sociedad.
Está realizada en madera y posee una personalidad propia con su característico fondo de color verde. En ella se aprecia el gusto por enmarcar. El eje de simetría es la esquina, tal y como se puede apreciar en el plano de fachada. Se levanta sobre un pequeño zócalo de piedra para proteger la madera de la humedad de la vía. Hay dos accesos, cada uno orientado a una calle y flanqueados por los escaparates que, estaban separados del interior mediante cortinas. Habiendo desaparecido de ellos, una pequeña barandilla (se puede apreciar en la foto de los años 20 y en el plano de fachada) que era utilizada para que se apoyaran los transeúntes mientras observaban los productos y a su vez proteger el delicado vidrio, además seguía la línea de los tiradores de las puertas lo que muestra la preocupación en cada detalle. Las pilastras están dispuestas de forma rítmica y sujetan mediante sendas ménsulas un entablamento perimetral que acoge elementos decorativos y la tipografía.
La letra, en este caso, es un elemento con importancia compositiva y comunicativa. Con su propio tono y voz cuentan cosas mucho más allá de lo que escriben; nos habla de modernidad. Acompaña a la geometría decorativa del entablamento y ofrece un recorrido visual armónico.
Buscando la expresión a través del ornamento, sus detalles suavizan la composición. Hace referencia a la Sezesión Vienesa con el uso de la curva en el entablamento, los brotes que surgen de forma descendente a través de las ménsulas y aparece la rosa de Mackintosh. Ofrece una imagen optimista. La entreplanta es una continuación de este comercio.
Echando la vista atrás y siendo conscientes de todo lo transcurrido desde 1909, podemos sentirnos afortunados de poder contemplar esta magnífica portada que ha sobrevivido al paso del tiempo. Parece que cobra vida ante la presencia de un espectador sensible, en cuya conciencia se desarrolla y crece. Por ello será una pena que se desmonte este trocito de nuestra historia. De alguna forma como ocurre en otras ciudades, por ejemplo Pamplona, podría realizarse una revisión del Catálogo de Edificios Protegidos e incluir a estas fachadas situadas en la planta baja que, por su riqueza contenida son dignas de ser conservadas y restauradas.
¿Cuántas miradas se posaron en sus escaparates? ¿Cuántos enamorados o cuadrillas quedaron en su esquina?
No sólo tenemos vino, tenemos una rica arquitectura incluso a pie de calle.
Isabel Muñoz
